Miercoles 2 de julio del 2025
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. (Salmo 33)
MI REFLEXION:
Hay días en que el corazón se siente como barco a la deriva, sacudido por olas de preocupación, deudas que aprietan, diagnósticos que asustan, noticias que pesan, corazones rotos, etc. En medio de esa marejada, este versículo del Salmo 33 se vuelve un faro encendido: “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias.” Qué promesa tan sencilla y, a la vez, tan poderosa. No dice que el Señor tal vez escuche; afirma que Él lo escucha. No dice que podría salvar; asegura que lo salva.
Cuando clamamos, no estamos lanzando palabras al viento: estamos dirigiendo un SOS al corazón más tierno y fuerte que existe en la vida. Dios no necesita micrófonos para oírnos; su oído está pegado a nuestro susurro y a nuestro grito. Y allí, justo donde creemos que todo se hunde, comienza su obra: trae calma, dirección y esa paz que apaga el ruido interior.
Quizá hoy tus fuerzas estén flaqueando, y sientas que nada cambia. Recuerda: la promesa no depende de tu humor ni de tu capacidad, sino de la fidelidad de Dios. Basta un suspiro levantado con fe para que el cielo se active a tu favor. Y mientras Él trabaja, su paz, esa que no se explica con lógica humana, va ocupando espacios dentro de ti. Hoy, si estás afligido, pronuncia su nombre desde lo más hondo, clama, ora, convérsale, Él ya está atento. Y aunque tus manos tiemblen, sujeta con firmeza la cuerda de la fe: del otro extremo está el Padre, sosteniendo tu historia con amor inquebrantable. Que su luz te envuelva y que su paz, como brisa fresca, renueve tu alma. Amén.
Cierro con esta bella canción “Algo está cayendo aquí”