Jueves 17 de abril del 2025
Si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado un ejemplo: hagan ustedes lo mismo que yo hice con ustedes. (Juan 13:14-15)
MI RELEXION:
En la última cena, cuando todo indicaba que era Jesús quien debía ser servido, Él tomó una toalla, se ciñó como un sirviente y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Un gesto desconcertante, escandaloso incluso para Pedro, pero cargado de un mensaje eterno: la verdadera grandeza se mide en la capacidad de servir con humildad. Hoy, vivimos en un mundo que premia la apariencia, el estatus y la autosuficiencia. Ser humilde parece una debilidad, y servir al otro muchas veces se percibe como algo que hacen los que “no tienen otra opción”. Pero Jesús, siendo Maestro, Señor y Dios, se arrodilló ante sus discípulos. Lo hizo no porque fuera menos, sino porque su amor lo hacía más.
La humildad que Jesús nos enseña no es andar cabizbajos ni dejar que nos pisoteen, siendo el más pendejo por así decirlo. Es saber quiénes somos, reconocer el valor del otro y ponernos a su servicio sin esperar aplausos ni reconocimiento. Y ese otro puede ser cualquiera: un anciano solo, un migrante que apenas entiende nuestro idioma, una persona sin techo, o incluso un familiar con el que no simpatizamos mucho. La humildad se muestra cuando somos capaces de ayudar sin sentirnos superiores, de escuchar sin juzgar, de tender la mano sin preguntar a quién. A veces no lavamos pies, pero lavamos heridas con una palabra amable. No usamos toallas, pero secamos lágrimas con una mirada de comprensión. No siempre tenemos agua en un lebrillo, pero podemos ofrecer tiempo, compañía, respeto, ternura.
Pero ojo: no podemos lavar pies con el corazón lleno de orgullo, de arrogancia. El orgullo nos hace mirar por encima del hombro; la humildad nos permite mirar a los ojos, al mismo nivel, actuar con el corazón, desde el alma. Cuando nos sentimos demasiado importantes como para servir, nos alejamos del ejemplo de Cristo Jesús. Y cuando creemos que el otro no lo merece, olvidamos que Jesús también lavó los pies de Judas, el que lo iba a traicionar. Recuerda, que tu gesto sea “Humildad sincera”
Cierro con esta bonita canción “Hoy quiebro mi alabastro”